Mi cuarto está poseído por el caos. No es nada extraordinario, a veces pasa. Solo que esta vez no soy capaz de ordenarlo. Cuando intento colocar algo simplemente no recuerdo su sitio. Puede ser que las cosas hayan perdido su sitio, o puede ser que esté relacionado de una forma misteriosa y psicológica con mi vida real. Cosa que en realidad sería una soberana estupidez porque mi vida no es en absoluto caótica. Mañana empiezan las clases, Ya sé lo que haré cada día de lunes a sábado desde mañana hasta que vuelva un verano que aún no ha terminado. También espero, aunque dudo mucho que se cumplan todas mis expectativas, vivir aventuras inesperadas. Y sé que los grandes momentos ocurrirán entre un horario y otro: en un rato bajo el sol de las escaleras, cuando al fin sienta el aire después de un día sin haber visto el sol, quizá (pero en menor medida) un viernes por la noche que se acabe convirtiendo en un sábado por la mañana. El caso es todo está tan planificado que el caos es un privilegio, una forma de libertad. Puede que no pueda ordenar mis cosas porque es el único desorden que me queda. En mi mente nunca nada estará organizado, y seguiré cambiando de idea cada media hora. Pero ya no es lo mismo. Sigo atrapada entre cuatro paredes verdes y otro año encerrada se me hace un mundo, pero ya veo el fin, casi puedo tocarlo. Sigo sin intentar controlar lo que siento, pero al mismo tiempo sé que estoy a salvo.
Espero no estar madurando. Echo de menos no saber donde voy a despertar mañana, ver cada día algo nuevo. Me aburren los planes. Quiero pasar la noche en el jardín.
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