sábado, 12 de septiembre de 2015

How to survive

Las rupturas, sean como sean, nunca son buenas. Puede que a la larga sean la única opción, o lo mejor que se podía hacer; pero en el momento en el que tienes que decir adiós para siempre se te viene el mundo encima. Quizás desde un primer momento, o puede que no reacciones hasta pasadas varias semanas, pero en algún momento ocurre. Yo he ido huyendo, porque era demasiado, he esperado a que el dolor se hiciera más pequeño para poder enfrentarme a él, y lo he hecho, incluso se podría decir que he salido victoriosa. Pero aún algunas noches me siento sola, o me topo con cualquiera de las cosas que colocaste en mi habitación, cosas que creo que no tengo derecho a esconder en una caja, porque tú las pusiste ahí, como tantas otras cosas en mi vida. Entonces se me resbalan las lágrimas y apareces tú. No son recuerdos, solo tu presencia. Y deseo poder abrazarte, contarte las cosas que me pasan, decirte por qué estoy triste, lo que pienso del mundo sin miedo a que me juzgues. Porque nunca nadie ha sabido tanto de mí como tú, nunca he dejado que nadie cale tanto como tú.

Aunque no funciona, y lo sabemos, y sería estúpido volver a intentarlo. A veces mi único deseo es que estés aquí, que sigas siendo el amigo que fuiste una vez. Puede que estuviera equivocada en el cómo, pero el qué sigue intacto. No quiero que dejes nunca de formar parte de mi vida.

Siento no haber sabido hacer las cosas mejor.

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