miércoles, 13 de febrero de 2013

J-H-MY

Y allí estaba ella, esplendida, y no porque nadie se lo hubiera dicho sino porque ella se sabía esplendida. Las farolas estaban apagadas, la calle sumida en la más oscura negrura. Ella caminaba descalza, con un vestido de seda por encima de las rodillas y el pelo mojado sobre la espalda descubierta. Se paró y se tumbó en el asfalto boca arriba. Se puso a mirar el cielo lleno de estrellas y la luna, redonda y enorme, hasta verse transportada a aquel bosquecillo. Entonces comenzó a llover, era una lluvia suave, fina, casi inexistente, pero mojaba. Ella, como era obvio, recordó aquellos días en los que aquella fina lluvia había sido su única compañía.

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