Sé que estás ahí, al otro lado, y que a veces vienes de visita. Lo sé sin que nadie me lo diga. Y es que, al fin y al cabo, no somos tan distintas. Sabes que te entiendo y que estoy aquí, sabes que hay un lugar al que siempre querremos volver. Aunque sepamos de sobra que nunca será lo mismo, aunque esté claro que no puede salir bien. Habrán pasado años desde que nuestra cabeza haya asumido que no puede ser y nuestros intestinos seguirán suplicando una última oportunidad, encogiéndose cuando pensemos en el pasado. Y pensarán que somos débiles, y nos veremos obligadas a callar y a confesar en secreto, escribiendo palabras sin parar, cuando nadie mira. Lo que no entienden es que estamos perdidas, que hay algo por ahí dentro que no encuentra su lugar. No entienden que en algún momento pasado nuestra mente se quedó en silencio y nos sentimos en casa. Que nuestros pensamientos volarán hasta ese momento una y otra vez, y que fantasearemos con volver allí hasta que encontremos otra cosa que nos deje sin respiración.
Lo único que nos retiene aquí es la ausencia de llamada.
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