martes, 23 de abril de 2013
Una vez, no sé cómo, acabé en un zoológico. Allí había todo tipo de animales , pero en mi cabeza solo perdura uno, el tigre de bengala. En el zoo lo anunciaban como un animal majestuoso, fuerte, rápido, letal. Y eso esperaba yo encontrar tras aquella cristalera, uno de aquellos animales cuya belleza reside en su peligrosidad, en lo frágil que uno se siente ante ellos. Tan solo encontré a un felino arrinconado entre dos paredes, medio adormilado y una multitud golpeando el cristal. Ellos celebraban su triunfo sobre la naturaleza que les había dado la vida. Si el tigre no hubiera estado encerrado habría acabado con todos ellos con sus propias garras, era ley de vida. Pero ellos, nosotros, habíamos hecho trampas.
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