Siempre duele renunciar a los sueños, pero todos lo hacemos de una forma u otra. Hay gente que simplemente se cansa de luchar, que no puede más y los deja a un lado. Pero hay sueños a los que, bajo mi punto de vista, es más doloroso renunciar. Son los sueños que dejan de ser sueños. Son esos por los que has luchado incansablemente y sacrificando lo que ha hecho falta. Hasta que un día te levantas y te das cuenta de que ya no te hacen ilusión. Cuando dejas esos sueños sientes que estás traicionando a esa parte de ti que ha sufrido porque pensaba que la recompensa le haría feliz. Pero es que has cambiado y lo que esperabas de ti lo ha hecho contigo, ya no quieres ser aquello que querías ser. Te pierdes, te das cuenta de que probablemente todo el camino que llevas racorrido no ha servido de nada, y lo que es peor, tienes que continuar ese camino hasta llegar a algo que no te hará realmente feliz. Pero no te queda otra salida, porque ya no sabes con que soñar. Así que sigues persiguiendo sin mucho afán ese sueño que se convirtió en una carga con la falsa esperanza de que algún día todo vuelva a ser lo que era.
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