En casa todos los vasos tienen la misma capacidad, todos menos dos que son más grandes. Yo tengo la manía de utilizar siempre esos vasos, hasta el punto de que odio no encontrarlos limpios, ya nadie los toca, ya son mis vasos.
Cuando bebo de ellos parece que nunca se va a acabar el agua, es una sensación desbordante, pero cuando se acaba vuelvo a llenarlo y a bebérmelo de una vez y así hasta que vacío la botella por completo y voy a por otra y otra y otra más. Así hasta que estoy tan llena de agua que ni siquiera necesito comer.
Pero los demás beben poco a poco, beben lo que van necesitando, lo alternan con la comida. Y cuando yo me he fundido botellas y botellas, cuando tengo agua y más agua en el cuerpo, ellos tan solo han bebido unos mililitros. A veces ellos no beben en toda una comida, porque se les olvida o les da pereza.
Supongo que es lo mismo que me pasa cuando se trata de amar, me meto demasiado amor en el cuerpo, pero es que así soy más feliz, soy mucho más feliz cuando quiero con todo el alma y no a medias. Lo malo es que no voy al ritmo de los demás. Lo malo es que cuando alguien quiere amar de esa manera tiene que pagarlo después y ya sabéis, las deudas del amor se pagan con lágrimas.
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