La noche no era de bodas, era de llanto y la luna no era de miel, era de la más espesa amargura. Mi risa no la apagó el maquillaje, sino la tristeza. El equipaje que lastraba mis alas era el mas incorpóreo de todos, el amor. El calendario no vino con prisas, pues los días eran eternos. El diccionario no detuvo las palabras, las palabras las detuvo el nudo de mi garganta. Cuando las persianas corrigieron la aurora yo estaba demasiado dormida después de tantas lágrimas. El quiero perdió la guerra del puedo porque quería y no podía tenerte allí. Esperaba estar bien pero no podía contar las horas porque eran incontables, infinitas. Maté a mi corazón y sí, estaba muerta de miedo. Si el fin del mundo hubiera llegado me habría pillado llorando y no bailando. El escenario no me teñía las canas sino que era de las únicas cosas que me daban aunque fuese unos segundos de felicidad. Y no, no sabía ni como ni cuando iba a acabar ese infierno. El corazón se pasó de moda, por eso se rieron de mí, por no llevar lo que se llevaba, que era la frivolidad. Quizá el otoño pudiese dorarme la piel, pero se antojaba ta lejano. Mis verdades no tenían complejos, estaba claro: te quería. Pero tus mentiras no parecieron nunca mentiras. Los espejos no me daban la razón, solo me daban unos ojos llorosos y una expresión triste. No me aprovechaba mirar lo que miraba porque todo lo veía vacío. El desamparo se ocupó de todas y cada una de mis células. Cada cena no era la última, solo era un aviso de que la dura noche se me echaba encima. Tener la valentía de amar me salió muy caro. Ser cobarde te valió la pena. No me comprarón por menos de nada, me regalé. Me vendieron amor sin espinas y resultó no ser amor. Ya nadie me dormía con cuentos de hadas sino que yo me desvelaba a mi misma con historias de terror. No me importaba si el bar de la esquina estaba abierto o cerrado porque siempre me quedaba en la puerta a llorar. Y así pasaban mis noches de llanto y mis lunas de amargura.
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