sábado, 28 de abril de 2012

Sueños.

Sonaba una dulce melodía de piano y el repiquetear de la lluvia contra la ventana. Me revolví entre las finas, blancas e impolutas sábanas. Mis piernas bajaron poco a poco de la cama hasta que mis pies aterrizaron suavemente sobre el frío suelo. Cuando noté el cosquilleo de mi pelo en mi espalda me di cuenta de que estaba en ropa interior, así que me puse una bata de seda azul que descansaba sobre la mecedora. Recorrí el largo pasillo guiándome por la bella música y al final de él encontré una enorme escalera de caracol. Bajé lentamente cada uno de los peldaños, dejando que mi mano acariciase cada centímetro del pasamanos de madera. La escalera me llevó a un gran salón, lo recorrí todo con la vista; una mesa enorme y blanca rodeada de sillas del mismo color, un gran e impecable sofá, un montón de plantas tan cuidadas que a simpe vista no parecían reales... Y allí, al lado de la ventana un piano de cola tan blanco como todo lo demás en aquella estancia y un chico que rozaba cada una de sus teclas con infinito cariño. Caminé por toda la estancia hasta colocarme justo a su lado. Entonces dejó de tocar, me miró y esbozó una sonrisa, mostrando sus artificialmente perfectos y blancos dientes. Me senté a su lado y comencé a tocar, él también lo hizo. Comenzó a sonar la canción más bella que nadie hubiese podido oir jamás. Quizás morí allí, tocando el piano a salvo de la lluvia, al lado de aquel chico al que tan bien conocía. Quizás algún día paramos, pero eso ya es otra historia.

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