lunes, 27 de febrero de 2012

Los secretos que esconden las palabras.

Es bonito acariciar las cicatrices de las heridas ya curadas, ver las marcas que han dejado en nosotros, reírnos en voz baja de lo que en su momento fueron auténticos dramas. Apareciste tal y como te fuiste: por casualidad. Un día plantaste delante de mi con tu media sonrisa y tu mirada de ''todo es posible'' y dos o tres noches más tarde me llevabas de un lado a otro sin contemplar la posibilidad de tenerme a más de diez centímetros de tus brazos. Me enseñaste a ser gran parte de lo que soy ahora, inspiraste mis historias, me mostraste que el tabaco  en tu ropa no olía tan mal y que en tu boca sabía aún mejor. Los callejones oscuros eran nuestra especialidad y acompañarme a casa contándome historias de miedo, eso si que me encantaba. Debo confesar que aún guardo   los restos de aquella pulsera negra que me regalaste y que en algún teléfono siguen tus mensajes en blanco. Todas esto pueden parecer cosas de gente normal, de esas que te cruzas por la calle, pero no, lo nuestro nunca fue normal, lo nuestro no se medía en horas ni en meses y era más profundo que el alma. Quizás eran tan solo delirios de una niña de segundo que tuvo mucha suerte de encontrar algo así y que fue muy tonta por no aprovecharte, esa niña que hoy quiso salir para escribir dos o tres frases de lo que algún día sintió.

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