miércoles, 12 de octubre de 2011

Historias de histeria.

Son las ocho de la tarde y el flexo de mi cuarto hace que casi me resbalen goterones de sudor por la frente. Mi mesa se encuentra repleta de papeles: una página rota de un workbook, el monólogo que tengo que aprenderme, papeles en sucio llenos de fórmulas... Estoy harta de pasar el cuaderno de física a limpio, dicha actividad no me aporta nada, solo dolor de muñeca y una terrible monotonía. Pero todo sea por no decepcionar a mi profesora, me tiene en un pedestal. El aburrimiento es tal que empiezo a hacer planes malvados en mi cabeza, estrategias, nuevas maneras de obtención de mis objetivos. Entonces escucho una atractiva voz que sube hasta mi habitación. Pienso en asomarme por la ventana para observar bajo anonimato que me proporciona mi habitación al propietario de dicha voz, pero finalmente decido que no me apetece. Son las ocho y  diez y tan solo me quedan veinte minutos para acabar mi cuaderno, se de sobra que no me va a dar tiempo, ''ya lo terminaré mañana'', me digo a mi misma. Ahora no se que hacer. Estoy aburrida y no es un aburrimiento de los de tirarte en la cama y no hacer nada, no, es de estos opresivos que no te dejan respirar tranquila hasta que encuentras la actividad perfecta. Me llaman por teléfono y eso hace que me calme un poco, aunque tengo que seguir haciendo el cuaderno mientras hablo para avanzar algo. Cuelgo y solo tengo ganas de meterme en la ducha y ducharme con agua muy muy muy fría hasta que me duela la cabeza y dormir, dormir, dormir... Pero no puedo dormir tranquila sabiendo todo lo que tengo que hacer. Me parece que este curso voy a necesitar mucho de ese asqueroso líquido marrón al que algunos llaman café.

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